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Katharine Graham y 10 reflexiones que los editores no debemos olvidar

En el libro ‘Una historia personal’Katharine Graham, presidenta de la compañía editora de The Washington Post, nos deja una serie de consejos que en estos tiempos siguen muy vigentes.

Katharine Graham falleció el 17 de julio de 2001.  ‘Una historia personal’ gana el premio Pulitzer en 1998 a la mejor autobiografía. Se trata, como dice el jurado, de un libro extraordinariamente franco, honesto y generoso escrito por una de las mujeres más famosas y admiradas de Estados Unidos, un libro que es, como su título indica, a la vez personal y a la vez historia.

Veamos estas lecciones que deja Katharine Graham: 

-A veces he tenido que defender cosas con las que no estaba totalmente de acuerdo, pero, si creía que el periodista en cuestión estaba representando una corriente de pensamiento, me parecía obligatorio que figurase en el Post.

-Otra cosa que me ha dado, a lo largo de los años, muchos quebraderos de cabeza, han sido las caricaturas de Herblock, porque eran siempre poderosas y llenas de pasión, y ponían el dedo en la llaga. Cuando algún lector se quejaba, yo siempre le respondía que Herblock era un artista y que tenía derecho a expresarse sin censura.

-En 1970, El Post se convirtió en el segundo periódico con un puesto de defensor del lector, cuyo trabajo consiste en recibir y examinar las quejas sobre lo que publicamos. No es nada sencillo aceptar los errores e intentar corregirlos; a veces la corrección no hace más que aumentar el problema. Pero, junto a los errores, hubo cosas que hicimos bien.

-Como que mi mejor logro durante esos años fue interesarme por la empresa e intentar crear un ambiente en el que la gente fuera libre para hacer su trabajo y las buenas ideas siempre se escucharan.

-En cuanto a mi papel en el asunto (Watergate), es fácil y difícil de definir. Sin ninguna duda, el Watergate fue el suceso más importante de mi vida profesional, pero mi participación fue básicamente periférica y pocas veces directa. Estuve casi todo el tiempo en la trastienda. Fui una especie de abogado del diablo y estuve haciendo preguntas sin cesar para comprobar que estábamos siendo justos, objetivos y exactos”.

-Ante las amenazas, tuvimos especial cuidado en ser muy minuciosos y responsables, todavía más que de costumbre. Desde el principio, los redactores jefe habían establecido una serie de normas: todas las informaciones atribuidas a fuentes desconocidas tenían que estar confirmadas, al menos por otra fuente independiente. Al principio, sobre todo, tuvimos que depender de muchas fuentes confidenciales, pero siempre confirmamos todos los datos antes de publicarlos. En segundo lugar, no dábamos ninguna noticia procedente de otro medio de comunicación sin que nuestros propios reporteros la comprobaran y la confirmaran de forma independiente. Tercero, antes de publicar cualquier cosa, uno de los directivos tenía que leerla y podía vetarla.

-Mi función principal fue respaldar a jefes y reporteros, creer en ellos.

-El Watergate demostró lo que podían hacer unos periodistas que llevaron a cabo una labor de investigación difícil y agotadora, unos redactores jefe capaces de permanecer escépticos, exigentes y lo más desapasionados posible dadas las circunstancias y unos columnistas que ayudaron a mantener vivas las preguntas en las mentes de nuestros lectores.

-El Watergate subrayó la importancia de una prensa libre, preparada y enérgica.

-La calidad periodística y la rentabilidad empresarial están estrechamente relacionadas.

Foto:  Katharine Graham, 1980. Robert R. McElroy / Getty Images

 

Fonte: Clases de Periodismo

Por: Redação

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